—Espero no haberle molestado —Me
dice ella, educadamente, levantándose.
—Despreocúpese —Le digo, exhalando el humo
del cigarro con suavidad y calma.
Ella suspira, mirando
con molestia mal disimulada cómo éste escapa lentamente de mis labios, que se
curvan formando una sencilla sonrisa. Parece irritarle aún más. No recuerdo su
nombre. De hecho, jamás le he puesto atención cuando me habla. Sólo asiento.
Odio escucharla hablar. Sé que lo importante lo dice al final, ella es de
andarse con rodeos. Me levanto también, y la acompaño hasta la puerta, ansioso
de que se vaya luego. Ella lo sabe. Los dos lo sabemos más que bien. Se acerca
a mi rostro, y con un “adiós” lacónico, roza mi mejilla como despedida. Respiro
su exquisito perfume. Elizabeth se lo regaló un día antes de morir, pues
decidió que no quería que la recordaran nunca con él. Claramente, sin saber que
moriría luego. Parpadeo. La mujer ya se aleja bajando las calles, y yo… yo aún
estoy solo, mirándola.
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